Ella
By: Xiing
Miles de idea cruzaban por mi mente, quizás no las
indicadas, pero ahí estaba yo, de camino a un lugar desconocido en busca de
alguien a quien quizás no le importaba, alguien que en mi mente estaba en un
trono ajeno al mío y que tal vez esta situación incómoda solo se volvería más
incómoda al darme cuenta que todo intento fútil por hacerla regresar sería una
nueva oleada absurda dentro de mi cabeza.
Conducía mi coche por aquel camino de rocas, un poco más
rural de lo que imaginaba, quien viviría en semejante lugar tan alejado. Seguí
el sendero hasta un lugar desolado, en el que terminaban las piedras del camino
para seguir en una escalera ancha de cemento que bajaba a pasos cortos hacia
otro conjunto de escaleras. Seguí aquellas escaleras hasta que se detuvieron en
un claro, en el cual se observaba un asentamiento, con puestos de ventas para
turistas, excepto que ahí no había turistas, y los que trabajaban parecían
lugareños con ropajes un poco descuidados.
Me adentre a ese pequeño pueblo, buscándola a “ella”.
Todos hablaban un lenguaje extraño y no entendía sus señales, me aleje un poco
de ellos y visite los puestos de ventas y sin más ahí estaba ella, tan
brillante y sonriente como la recordaba, excepto cuando me acerque y le hable,
su resplandor cambio a algo más oscuro, su sonrisa se volvió un poco más
torcida y sus palabras se volvían agujas puntiagudas que me golpeaban otra vez…
Nada que no hubiese visto antes, ya sabía lo que sucedería, y sabía que era una
tontería esta búsqueda sin razón.
Me quede parado, atónito, frente a ese mostrador de
madera tallada; su compañero a un lado,
y ella frente a mí, al otro lado, levante la mirada para despedirme pero ella
ya se estaba dando la vuelta, en una milésima de segundo el tiempo se detuvo,
vi como una lagrima se deslizaba por su mejilla y como la lluvia empezó a caer mojándola
y disfrazando su llanto a medida que corría hacia la salida trasera de la
tienda. Se reanudo el tiempo y la lluvia se volvió tormenta, y todos los
pueblerinos corrían y recogían sus chécheres de los puestos de ventas. Me di la
vuelta y corrí hacia mi auto.
Minutos después ya estaba frente a la puerta del auto,
y ahí me vi en el reflejo del vidrio, la tormenta tras de mí, los árboles se revolvían
estrepitosamente, y yo de pie, viéndome como un patético mojado pensando en
ella, sabía que esa lagrima significaba mucho, abrí la puerta del coche, tome
mi abrigo azul del asiento del pasajero, cerré la puerta y corrí nuevamente. Corrí
por las escaleras, corrí por el sendero, corrí por el claro, corrí hacia ella;
la lluvia marcaba cada uno de mis pasos con un rayo a la distancia, no había
personas, tampoco había refugios, no sabía dónde estaba. Volví hacia el puesto
en donde la encontré y no estaba, luego rodee el puesto y ahí a la distancia vi
donde estaban todos, con un solo techo cubriéndolos a todos, y una manta encima
de cada uno, rogando por que fuese suficiente para cubrirse, recostados sobre
el suelo, y una de esas mantas era más pequeña y supe dónde estaba ella. Volví a
correr, esta vez estaba cerca; llegué y me senté a su lado, la miré, y me miró;
nuestras miradas se cruzaron, sin palabras. Le puse mi abrigo azul sobre su
espalda y la manta sobre su pecho, todo en silencio, solo los estruendos de la
tormenta y la lluvia golpeando el tejado. Volvimos a cruzar nuestras miradas, y
con un suave susurro dije:
“Te extrañe”
-“Yo también”.
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